sábado, 24 de octubre de 2015



 Capítulo 2




-Dame un minuto que ordeno unos papeles y en seguida llamo a un enfermero para que te acompañe a tu habitación. 

Me acerqué a la ventana que había junto al escritorio. Estaba lloviendo a mares. Casi no podía ver el bosque que rodeaba al centro de cuan empapados estaban los cristales. Apoyé la cabeza ligeramente en el cristal y cerré los ojos. Estaba frío pero se sentía bien. Puse la mano sobre la ventana que empezaba a empañarse e hice rallas verticales en uno de los recuadros. Quería señalar que me sentía como en una cárcel.

-No tenga prisa, doctor –sentí que paraba de hacer lo que estuviera haciendo-. No voy a ir a ningún sitio. No lo haría aunque pudiera.

-Llámame Hugo. Te sentirás más cómoda si coges confianza con alguien.

No contesté. Seguía con la cabeza pegada al cristal y los ojos cerrados.

-¿Hola? ¿Control de enfermería? –Abrí los ojos muy despacio y le vi al teléfono-. ¿Podríais mandarme un enfermero al despacho veintidós? Con las llaves de una habitación –dejó de hablar durante unos segundos para mirarme; después volvió la vista a los papeles que tenía sobre la mesa-. No, no será necesario. No es problemática.

Seguro que eso iba por mí. ¿Que no era problemática? Si alguno de esos enfermeros o enfermeras leyera por qué mis padres habían querido que me quedara allí, pensarían que, no solo era problemática, sino que debería estar en un reformatorio de alta seguridad o algo así. Aunque por suerte los enfermeros solamente se encargaban de cuidar de los internos, no se inmiscuían en los asuntos de médicos y terapeutas. 

Hugo colgó el teléfono y me pidió que esperase sentada en el diván unos minutos mientras el enfermero llegaba. Tardé unos segundos pero finalmente obedecí. Él volvió a sentarse en el sillón donde había estado durante mi examen mental. Clavé la mirada en el suelo pero podía sentir la suya sobre mí, analizándome.

-Carrie –su voz llegó a mis oídos de una forma casi inaudible-, a pesar de que a tus padres les haya dicho que sufres un trastorno postraumático y no sea cierto, sí creo que podrías estar al borde de una depresión.

-¿A qué te refieres?

-A penas llevo contigo un par de horas. Es difícil saberlo sin observarte especialmente para eso, pero muestras varios síntomas. Así que en las horas de terapia que tengas conmigo, nos centraremos en el tema de la depresión. ¿De acuerdo?

-Tú eres el médico.

-Exacto –aunque pudiera parecerlo, no sonó arrogante-. También me gustaría que fueras a terapia de grupo. A veces, escuchar a los demás te ayuda a empatizar con ellos y sentir que no estás sola.

No le respondí. Tampoco hizo falta. En ese momento, alguien llamó a la puerta y se abrió. Una enfermera joven vestida de blanco con el pelo rubio recogido en un moño y ojos castaños, se asomó ligeramente. 

-¿Ha llamado, doctor?

-Sí –en seguida, se levantó de su asiento y se puso junto a la enfermera-. Carrie, esta es Carla, estarás a su cargo. Aunque, te advierto, Carla –dijo girándose hacia ella-, que Carrie no tiene tratamiento ni medicación. Está aquí por voluntad propia. No te dará problemas.

-Bueno, casi lo prefiero para ser la primera paciente que tengo a cargo –comentó con una sonrisa en los labios.

Me levanté del sofá y clavé la mirada en el suelo. Salimos del despacho de Hugo y caminamos por unos pasillos estrechos. En varias ocasiones, nos cruzamos con personas con pijamas de hospital acompañadas por enfermeros vestidos igual que Carla. Sentí un ligero escalofrío.

Llegamos frente a una puerta con cristal en forma de rectángulo del tamaño de una película en ella. Carla sacó un pequeño manojo de llaves con el que abrió la cerradura y me dejaron entrar. Ellos se quedaron en el marco de la puerta observándome mientras yo inspeccionaba la habitación.

Era un cuarto básico. Tenía una cama con barrotes de hierro pegada a la pared, una ventana que daba a un patio interno y que seguramente estuviera tapiada, y un escritorio con una lámpara sobre la mesa. A la izquierda había otra sala que a simple vista pude suponer que era el cuarto de baño.

-El pijama es opcional, solo por si no quieres preocuparte por qué ponerte. También puedes utilizar ropa de deporte, te acabarás cansado de arreglarte.

-¿Cuánto tiempo crees que estaré aquí como para acabar cansándome de vestir medianamente adecuada? –Pregunté de forma cortante y automática aún de espaldas a ellos.

Sabía que ella solamente estaba intentando ser simpática pero en ese momento no quería que nadie fuera simpático conmigo. Sentía que no me lo merecía. 

-Tu madre me dejó esta bolsa con algunas cosas que pudieran servirte –dijo Hugo después de un incómodo silencio. Me giré ligeramente y vi que dejaba junto a la puerta una bolsa negra.- Me dijo que si necesitabas alguna otra cosa, solo tenías que llamarla.

-No creo que lo haga –de nuevo, apareció mi tono cortante.

-Carla, ¿podrías dejarnos un momento? 

-Claro, no hay problema –escuché sus pisadas pero antes de que Hugo cerrada la puerta, volví a oír su voz-: Volveré al control de enfermería. Carrie, si necesitas cualquier cosa, junto a la cama tienes un botón para llamarme al busca. Estaré aquí en seguida.

No le contesté. Ni siquiera hice algún gesto de que había escuchado sus palabras. Hugo cerró la puerta y al fin pude escuchar las pisadas de Carla alejándose por el pasillo. Hugo caminó por la habitación y se paró frente al cuarto de baño.

-¿No te apetece ver cómo es?

-No me hace falta entrar para saber las precauciones que habéis tomado.

-¿A qué te refieres?

-Estoy segura de que no hay ni un solo tornillo en toda la habitación. El espejo del baño estará pegado con silicona y la alcachofa de la ducha será de plástica. Además no creo que la cisterna del aseo esté a la vista para evitar que los pacientes escondan la medicación. Eso sólo del baño. De aquí puedo decirte básicamente lo mismo, los barrotes parecen de hierro pero no lo son, también son de plástico. Y lo más seguro es que esté completamente pegado al suelo. Resistente para que pueda soportar el peso de una persona promedio. El escritorio de madera venía ya montado, completamente pegado, así no os arriesgáis a que el paciente lo desarme. La ventana está tapiada para evitar suicidios. Lo cual creo que, al ser una planta baja, fue una estupidez. Pero todas las habitaciones tenían que ser equitativas. Solamente encuentro un fallo.

-Sorprendente. ¿Cuál?

-El cable de la lámpara es tan largo como para llegar a la cama por si el paciente, en este caso yo, quiere leer algo antes de dormir. Quisisteis ser considerados. Pero también es lo suficientemente largo como para acercarlo a la ducha y provocar un cortocircuito mientras alguien se está duchando. Eso no fue muy preventivo contra suicidios… O asesinatos.

Sentí la mirada de Hugo sobre mí de forma inquisitiva. En cambio, mis ojos estaban fijos en la ventana. Había parado de llover pero el cielo seguía estando negro. 

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