Capítulo 2
-Dame un minuto que ordeno
unos papeles y en seguida llamo a un enfermero para que te acompañe a tu
habitación.
Me acerqué a la ventana que
había junto al escritorio. Estaba lloviendo a mares. Casi no podía ver el
bosque que rodeaba al centro de cuan empapados estaban los cristales. Apoyé la
cabeza ligeramente en el cristal y cerré los ojos. Estaba frío pero se sentía
bien. Puse la mano sobre la ventana que empezaba a empañarse e hice rallas
verticales en uno de los recuadros. Quería señalar que me sentía como en una
cárcel.
-No tenga prisa, doctor
–sentí que paraba de hacer lo que estuviera haciendo-. No voy a ir a ningún
sitio. No lo haría aunque pudiera.
-Llámame Hugo. Te sentirás
más cómoda si coges confianza con alguien.
No contesté. Seguía con la
cabeza pegada al cristal y los ojos cerrados.
-¿Hola? ¿Control de enfermería?
–Abrí los ojos muy despacio y le vi al teléfono-. ¿Podríais mandarme un enfermero
al despacho veintidós? Con las llaves de una habitación –dejó de hablar durante
unos segundos para mirarme; después volvió la vista a los papeles que tenía
sobre la mesa-. No, no será necesario. No es problemática.
Seguro que eso iba por mí.
¿Que no era problemática? Si alguno de esos enfermeros o enfermeras leyera por
qué mis padres habían querido que me quedara allí, pensarían que, no solo era
problemática, sino que debería estar en un reformatorio de alta seguridad o
algo así. Aunque por suerte los enfermeros solamente se encargaban de cuidar de
los internos, no se inmiscuían en los asuntos de médicos y terapeutas.
Hugo colgó el teléfono y me
pidió que esperase sentada en el diván unos minutos mientras el enfermero
llegaba. Tardé unos segundos pero finalmente obedecí. Él volvió a sentarse en
el sillón donde había estado durante mi examen mental. Clavé la mirada en el
suelo pero podía sentir la suya sobre mí, analizándome.
-Carrie –su voz llegó a mis
oídos de una forma casi inaudible-, a pesar de que a tus padres les haya dicho
que sufres un trastorno postraumático y no sea cierto, sí creo que podrías
estar al borde de una depresión.
-¿A qué te refieres?
-A penas llevo contigo un
par de horas. Es difícil saberlo sin observarte especialmente para eso, pero muestras
varios síntomas. Así que en las horas de terapia que tengas conmigo, nos
centraremos en el tema de la depresión. ¿De acuerdo?
-Tú eres el médico.
-Exacto –aunque pudiera
parecerlo, no sonó arrogante-. También me gustaría que fueras a terapia de
grupo. A veces, escuchar a los demás te ayuda a empatizar con ellos y sentir
que no estás sola.
No le respondí. Tampoco hizo
falta. En ese momento, alguien llamó a la puerta y se abrió. Una enfermera joven
vestida de blanco con el pelo rubio recogido en un moño y ojos castaños, se
asomó ligeramente.
-¿Ha llamado, doctor?
-Sí –en seguida, se levantó
de su asiento y se puso junto a la enfermera-. Carrie, esta es Carla, estarás a
su cargo. Aunque, te advierto, Carla –dijo girándose hacia ella-, que Carrie no
tiene tratamiento ni medicación. Está aquí por voluntad propia. No te dará
problemas.
-Bueno, casi lo prefiero
para ser la primera paciente que tengo a cargo –comentó con una sonrisa en los
labios.
Me levanté del sofá y clavé
la mirada en el suelo. Salimos del despacho de Hugo y caminamos por unos
pasillos estrechos. En varias ocasiones, nos cruzamos con personas con pijamas
de hospital acompañadas por enfermeros vestidos igual que Carla. Sentí un
ligero escalofrío.
Llegamos frente a una puerta
con cristal en forma de rectángulo del tamaño de una película en ella. Carla
sacó un pequeño manojo de llaves con el que abrió la cerradura y me dejaron
entrar. Ellos se quedaron en el marco de la puerta observándome mientras yo
inspeccionaba la habitación.
Era un cuarto básico. Tenía
una cama con barrotes de hierro pegada a la pared, una ventana que daba a un
patio interno y que seguramente estuviera tapiada, y un escritorio con una
lámpara sobre la mesa. A la izquierda había otra sala que a simple vista pude
suponer que era el cuarto de baño.
-El pijama es opcional, solo
por si no quieres preocuparte por qué ponerte. También puedes utilizar ropa de
deporte, te acabarás cansado de arreglarte.
-¿Cuánto tiempo crees que
estaré aquí como para acabar cansándome de vestir medianamente adecuada?
–Pregunté de forma cortante y automática aún de espaldas a ellos.
Sabía que ella solamente
estaba intentando ser simpática pero en ese momento no quería que nadie fuera
simpático conmigo. Sentía que no me lo merecía.
-Tu madre me dejó esta bolsa
con algunas cosas que pudieran servirte –dijo Hugo después de un incómodo
silencio. Me giré ligeramente y vi que dejaba junto a la puerta una bolsa negra.-
Me dijo que si necesitabas alguna otra cosa, solo tenías que llamarla.
-No creo que lo haga –de
nuevo, apareció mi tono cortante.
-Carla, ¿podrías dejarnos un
momento?
-Claro, no hay problema
–escuché sus pisadas pero antes de que Hugo cerrada la puerta, volví a oír su
voz-: Volveré al control de enfermería. Carrie, si necesitas cualquier cosa,
junto a la cama tienes un botón para llamarme al busca. Estaré aquí en seguida.
No le contesté. Ni siquiera
hice algún gesto de que había escuchado sus palabras. Hugo cerró la puerta y al
fin pude escuchar las pisadas de Carla alejándose por el pasillo. Hugo caminó
por la habitación y se paró frente al cuarto de baño.
-¿No te apetece ver cómo es?
-No me hace falta entrar
para saber las precauciones que habéis tomado.
-¿A qué te refieres?
-Estoy segura de que no hay
ni un solo tornillo en toda la habitación. El espejo del baño estará pegado con
silicona y la alcachofa de la ducha será de plástica. Además no creo que la
cisterna del aseo esté a la vista para evitar que los pacientes escondan la
medicación. Eso sólo del baño. De aquí puedo decirte básicamente lo mismo, los
barrotes parecen de hierro pero no lo son, también son de plástico. Y lo más
seguro es que esté completamente pegado al suelo. Resistente para que pueda
soportar el peso de una persona promedio. El escritorio de madera venía ya
montado, completamente pegado, así no os arriesgáis a que el paciente lo
desarme. La ventana está tapiada para evitar suicidios. Lo cual creo que, al
ser una planta baja, fue una estupidez. Pero todas las habitaciones tenían que
ser equitativas. Solamente encuentro un fallo.
-Sorprendente. ¿Cuál?
-El cable de la lámpara es
tan largo como para llegar a la cama por si el paciente, en este caso yo,
quiere leer algo antes de dormir. Quisisteis ser considerados. Pero también es lo
suficientemente largo como para acercarlo a la ducha y provocar un
cortocircuito mientras alguien se está duchando. Eso no fue muy preventivo
contra suicidios… O asesinatos.
Sentí la mirada de Hugo
sobre mí de forma inquisitiva. En cambio, mis ojos estaban fijos en la ventana.
Había parado de llover pero el cielo seguía estando negro.