Capítulo 1
Una
semana después
No estaba loca. De verdad.
No entendía por qué me habían llevado a aquel manicomio. Casi prefería el
reformatorio. Aunque más o menos era lo mismo. Iba a estar vigilada día y
noche. Constantemente.
Me encontraba tumbada
bocarriba sobre un sofá de cuero negro en la consulta del que iba a ser mi
nuevo psiquiatra. Mis padres estaban hablando con él al otro lado de la puerta.
No podía entender de qué estaban hablando pero supuse que sería sobre mí.
A los pocos minutos, entró
el médico y se sentó en una silla junto al sofá.
-Bueno, Carrie –dijo con un
tono suave-, vamos a empezar con tu examen médico, ¿de acuerdo?
No le contesté ni hice
ningún gesto. Simplemente me quedé mirando el techo sin moverme. Al ver que no
hacía ningún movimiento, empezó a hacerme preguntas.
-¿Cuál es un nombre
completo?
-Carrie Kelley.
-¿Qué edad tienes?
-Dieciséis.
-¿Qué estás estudiando? –A
cada respuesta que daba, podía oír cómo lo anotaba.
-Bachillerato.
-¿Dónde vives?
-En casa de mis padres. –Mis
respuestas no podían ser más robóticas y automáticas.
-¿Podrías decirme a qué día
estamos?
-Treinta de abril de 2013.
-¿Y el día de la semana?
-Martes.
-¿En qué estación estamos?
-Primavera.
Todas esas preguntas
seguramente fueran para comprobar mi grado de conciencia. Como era evidente,
era totalmente consciente de lo que pasaba a mi alrededor.
-¿Dónde estás ahora?
-En un manicomio.
-No lo llames así. Podría
molestarle a alguno de los demás pacientes.
-En un centro de salud
mental –rectifiqué después de suspirar.
-¿Sabrías decir quién soy
yo?
Giré ligeramente la cabeza
para poder ver qué decía la tarjeta de identificación que llevaba colgando del
bolsillo de su camisa.
-Hugo Tremayne. Psicólogo.
-Bien. Ahora comprobaré tu
memoria. Cuéntame cómo fueron tus últimas vacaciones familiares.
-Tenía doce años, no me
acuerdo.
-Tu último cumpleaños.
-Rodeada de gente
interesada. Ni siquiera mis padres estaban ahí.
-¿De qué color era el coche
en el que has venido?
-Negro.
-A ver cómo están tus
funciones cognitivas. Dime, ¿en qué se parecen un avión y un barco?
-Son transportes.
-¿Y una manzana y una pera?
-Son frutas.
-¿Cuánto son cuatro más
trece menos siete?
-Diez.
-Continúa la serie: veinte,
dieciocho, dieciséis, catorce…
-Doce, diez, ocho, seis,
cuatro, dos, cero.
-Deletrea “mundo” al revés.
-O, D, N, U, M.
-Vale –cerró la carpeta y se
levantó de la silla-. Ya hemos terminado, Carrie. Quédate aquí, tengo que
hablar con tus padres.
Salió por la puerta del
despacho y la dejó entreabierta. Esta vez sí que pude escuchar la conversación.
Parecía que estaban discutiendo.
-Su hija está perfectamente.
Sus facultades mentales son ideales.
-Tiene que haber algo.
Búsquelo.
-No puedo sacar de donde no
hay. Entiéndalo.
-Mi dinero es el que
mantiene este centro abierto. Si no quiere perder su trabajo, diagnostíquele
algo y déjela aquí una temporada.
No podía creer que mi propio
padre estuviera diciendo eso. Él había estado ahí. Me había visto llorar y
gritar aterrada. Sabía que no lo había hecho intencionadamente. Y aún así…
La puerta del despacho
volvió a abrirse y el psiquiatra volvió a entrar. Se sentó de nuevo en la silla
suspirando y guardó silencio durante unos segundos.
-Carrie, tus padres…
-Lo he oído –le interrumpí-.
No hace falta que me diagnostique nada. Puedo quedarme sin quejarme u oponerme.
-¿Estás segura?
-Me sentiré más segura si al
menos estoy rodeada de gente. Aunque sean enfermos mentales.
-De acuerdo. Pero intenta no
usar esas palabras delante de uno. Ya te lo he dicho, puede que alguien se lo
tome a mal.
Asentí con la cabeza y me
incorporé en el sofá. Él también se levantó y apuntó algo en la misma carpeta
que había tenido durante mi examen mental.
-Le diré a tus padres que
tienes un trastorno postraumático. Será lo que ponga en tu historial clínico.
Volví a asentir con la
cabeza y la mirada fija en el suelo. No dije nada más durante los
aproximadamente treinta segundos que estuvo mirándome. Después volvió a salir
dejando la puerta abierta.
-Su hija será tratada por un
trastorno postraumático severo. ¿Le parece bien?
-¿Eso la obligará a quedarse
aquí ingresada?
-Sí, tendrá terapia conmigo
dos veces por semana además de poder participar en los talleres que…
-Suficiente. Con eso me
vale.
Empecé a oír pasos que se
alejaban. Seguí sin mirar hacia la puerta.
-¿No va a despedirse de su
hija?
-Eh… Dígale que he tenido
que irme por una urgencia.
Y siguió alejándose. Cerré
los ojos con fuerza intentando no llorar. Mi padre pensaba que estaba loca y
que por eso había matado a Cameron. La verdad era que me entristecía eso.
Aunque sí era verdad que debería haber reaccionado de otra forma. No tendría
que haberle golpeado en la cabeza.
El médico volvió a entrar en
la sala y cerró la puerta detrás de él. Se acercó a mí y se arrodilló para
interponerse en la trayectoria de mis ojos.
-Tu padre ha tenido que
irse.
-Una urgencia. Lo he oído
también. Sé que mi padre no quiere saber nada de mí. Lo entiendo, yo tampoco
querría.
Su cara mostraba lástima por
mí. Pobre chica, pensaría. La verdad era que me sentía muy desdichada. ¿Cómo
era posible que mi vida hubiera
cambiado tanto en menos de dos semanas?
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