sábado, 24 de octubre de 2015


Capítulo 1



Una semana después


No estaba loca. De verdad. No entendía por qué me habían llevado a aquel manicomio. Casi prefería el reformatorio. Aunque más o menos era lo mismo. Iba a estar vigilada día y noche. Constantemente. 


Me encontraba tumbada bocarriba sobre un sofá de cuero negro en la consulta del que iba a ser mi nuevo psiquiatra. Mis padres estaban hablando con él al otro lado de la puerta. No podía entender de qué estaban hablando pero supuse que sería sobre mí. 


A los pocos minutos, entró el médico y se sentó en una silla junto al sofá.


-Bueno, Carrie –dijo con un tono suave-, vamos a empezar con tu examen médico, ¿de acuerdo?

No le contesté ni hice ningún gesto. Simplemente me quedé mirando el techo sin moverme. Al ver que no hacía ningún movimiento, empezó a hacerme preguntas.


-¿Cuál es un nombre completo?


-Carrie Kelley.


-¿Qué edad tienes?


-Dieciséis.


-¿Qué estás estudiando? –A cada respuesta que daba, podía oír cómo lo anotaba.


-Bachillerato.


-¿Dónde vives?


-En casa de mis padres. –Mis respuestas no podían ser más robóticas y automáticas.


-¿Podrías decirme a qué día estamos?


-Treinta de abril de 2013.


-¿Y el día de la semana?


-Martes.


-¿En qué estación estamos?


-Primavera.


Todas esas preguntas seguramente fueran para comprobar mi grado de conciencia. Como era evidente, era totalmente consciente de lo que pasaba a mi alrededor.


-¿Dónde estás ahora?


-En un manicomio.


-No lo llames así. Podría molestarle a alguno de los demás pacientes.


-En un centro de salud mental –rectifiqué después de suspirar.


-¿Sabrías decir quién soy yo?


Giré ligeramente la cabeza para poder ver qué decía la tarjeta de identificación que llevaba colgando del bolsillo de su camisa.


-Hugo Tremayne. Psicólogo.


-Bien. Ahora comprobaré tu memoria. Cuéntame cómo fueron tus últimas vacaciones familiares.


-Tenía doce años, no me acuerdo.


-Tu último cumpleaños.


-Rodeada de gente interesada. Ni siquiera mis padres estaban ahí.


-¿De qué color era el coche en el que has venido?


-Negro.


-A ver cómo están tus funciones cognitivas. Dime, ¿en qué se parecen un avión y un barco?


-Son transportes.


-¿Y una manzana y una pera?


-Son frutas.


-¿Cuánto son cuatro más trece menos siete?


-Diez.


-Continúa la serie: veinte, dieciocho, dieciséis, catorce…


-Doce, diez, ocho, seis, cuatro, dos, cero.


-Deletrea “mundo” al revés.


-O, D, N, U, M.


-Vale –cerró la carpeta y se levantó de la silla-. Ya hemos terminado, Carrie. Quédate aquí, tengo que hablar con tus padres.


Salió por la puerta del despacho y la dejó entreabierta. Esta vez sí que pude escuchar la conversación. Parecía que estaban discutiendo.


-Su hija está perfectamente. Sus facultades mentales son ideales.


-Tiene que haber algo. Búsquelo.


-No puedo sacar de donde no hay. Entiéndalo. 


-Mi dinero es el que mantiene este centro abierto. Si no quiere perder su trabajo, diagnostíquele algo y déjela aquí una temporada.


No podía creer que mi propio padre estuviera diciendo eso. Él había estado ahí. Me había visto llorar y gritar aterrada. Sabía que no lo había hecho intencionadamente. Y aún así… 


La puerta del despacho volvió a abrirse y el psiquiatra volvió a entrar. Se sentó de nuevo en la silla suspirando y guardó silencio durante unos segundos.


-Carrie, tus padres…


-Lo he oído –le interrumpí-. No hace falta que me diagnostique nada. Puedo quedarme sin quejarme u oponerme. 


-¿Estás segura?


-Me sentiré más segura si al menos estoy rodeada de gente. Aunque sean enfermos mentales.


-De acuerdo. Pero intenta no usar esas palabras delante de uno. Ya te lo he dicho, puede que alguien se lo tome a mal.


Asentí con la cabeza y me incorporé en el sofá. Él también se levantó y apuntó algo en la misma carpeta que había tenido durante mi examen mental.


-Le diré a tus padres que tienes un trastorno postraumático. Será lo que ponga en tu historial clínico.


Volví a asentir con la cabeza y la mirada fija en el suelo. No dije nada más durante los aproximadamente treinta segundos que estuvo mirándome. Después volvió a salir dejando la puerta abierta.


-Su hija será tratada por un trastorno postraumático severo. ¿Le parece bien?


-¿Eso la obligará a quedarse aquí ingresada?


-Sí, tendrá terapia conmigo dos veces por semana además de poder participar en los talleres que…


-Suficiente. Con eso me vale.


Empecé a oír pasos que se alejaban. Seguí sin mirar hacia la puerta.


-¿No va a despedirse de su hija? 


-Eh… Dígale que he tenido que irme por una urgencia.


Y siguió alejándose. Cerré los ojos con fuerza intentando no llorar. Mi padre pensaba que estaba loca y que por eso había matado a Cameron. La verdad era que me entristecía eso. Aunque sí era verdad que debería haber reaccionado de otra forma. No tendría que haberle golpeado en la cabeza.


El médico volvió a entrar en la sala y cerró la puerta detrás de él. Se acercó a mí y se arrodilló para interponerse en la trayectoria de mis ojos.


-Tu padre ha tenido que irse.


-Una urgencia. Lo he oído también. Sé que mi padre no quiere saber nada de mí. Lo entiendo, yo tampoco querría.


Su cara mostraba lástima por mí. Pobre chica, pensaría. La verdad era que me sentía muy desdichada. ¿Cómo era posible que mi vida hubiera cambiado tanto en menos de dos semanas? 

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