Prólogo
Me habían internado en un centro
de salud mental. No era una chica normal, lo admito. Había matado a una
persona. Aunque en mi defensa siempre dije que no fue intencionado. Fue en
defensa propia. Esa noche estaba sola en casa, mis padres habían salido con
unos amigos suyos. Estos me habían dejado a cargo de su bebé, el cual ya dormía
profunda y plácidamente en el piso de arriba.
Escuché unos pasos que
venían desde la cocina. Eran silenciosos aunque se podía escuchar la madera
crujir. Me levanté despacio del sofá y me di la vuelta. No había nadie allí.
Respiré temblando y empecé a caminar hacia la cocina. Pero antes de llegar, alguien
me asaltó. No podía gritar por más que lo intentara. Estaba tumbada en el suelo
con el peso de otra persona aplastándome.
-Tranquila, Carrie, soy yo.
Dejé de revolverme y me
destapó la boca.
-¿Cameron?
Se quitó la capucha y sonrió
de forma insolente. Empecé a golpearle todo lo fuerte que pude de lo enfadada
que estaba.
-¡Eres idiota! Me has dado
un susto de muerte.
-Pero si te encanta que te
haga estas cosas -sus manos estaban empezando a sobrepasar el límite de lo que
podía tocar.
-Cameron, para.
Por mucho que me esforzara,
no podía quitármelo de encima. Era más grande y tenía más mucha fuerza que yo. Me
agarró las muñecas para inmovilizarme y empezó a babearme el cuello.
-Venga, sabes que te gusta
-sus caderas empezaban a moverse sobre las mías frotándose. No podía sentirme
más asqueada.
Dejé de forcejear y
resistirme. No pareció darse cuenta de ello. Estaba demasiado concentrado en manosearme
los pechos que dejó de ejercer presión sobre mis muñecas. Miré a mi alrededor
buscando algo que pudiera ayudarme a quitármelo de encima pero únicamente
encontré al alcance de mi mano una especie de escultura de cerámica que mis
padres habían comprado en una subasta. Alcancé a cogerla como pude y cerré los
ojos antes de darle con ello en la cabeza.
Cayó desplomado en el suelo
mientras su cabeza empezaba a sangrar de forma muy violenta. Me aparté de él y
me pegué a una esquina. Empecé a llorar por el miedo de lo que había pasado. De
todo lo que había pasado.
Antes de que pudiera pensar
en cualquier cosa, la puerta de la calle se abrió. Mis padres y sus amigos
entraron sonriendo hasta que vieron la escena. Mi madre empezó a gritar de
forma histérica.
-¡Ha sido un accidente!
-Grité llorando como una niña.
La otra pareja empezó a
gritar también y subió las escaleras reclamando al bebé. Mi padre me miraba
estupefacto mientras abrazaba a mi madre.
-Ha sido un accidente
-repetí intentando convencerme a mí misma de aquello.
Aunque aquello no iba a
cambiar las cosas. Cameron estaba muerto.
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